domingo, 13 de marzo de 2011

Mi barrio es la Guerrero


A pesar de que todavía no empieza oficialmente el verano, el calor es bastante intenso, que lo contrarresta lo elevado que esta el techo de la casa de mi tía Silvia, y por lo tanto se siente fresca. Es una casa ubicada en el mero centro de la Ciudad de México, vieja casona de departamentos del siglo XVIII, en donde se rumora fueron los terrenos en algún momento de Chucho el Roto.

Mi tía Silvia dice que el calor se acumula en el concreto de la calle y es por ello que en la Ciudad se siente tanto; a lo mejor no esta tan equivocada, a lo mejor sí. Lo que sí es cierto es que cada que abro las ventanas que dan a la calle de Corregidora un bullicio entra súbitamente de golpe, en un principio solo se escucha ruido, pero poco a poco se va distinguiendo cada una de esas voces llévelo, llévelo el bonito regalo para el niño. Llévelo damita caballero para el obsequio de moda de novedad.

Sin darme cuenta ya estoy sentado al borde de la ventana me abstraigo, pues la escena, aún sin tener un punto fijo, llena los ojos de muchas emociones algunas de asombro y otras más de curiosidad. El que conoce las calles del Centro Histórico da fe de ello. Pues la veintena de vendedores ambulantes y los cientos de peatones, son los que le dan vida a este punto del DF.

Como cada día, a las doce cerca de la una, sale una voz que se distingue de todas y sobresale porque no es humana, es la del viejo organillo que lleva su propio ritmo a pesar de los años que se ve tiene el artefacto.

En la tarde el joven que acompaña al señor que carga el organillo, entra al edificio a pedir la “coperacha”. Mi tía como buena practicante de las obras de caridad, lo invito a tomar un vaso de agua, el muchacho lo bebió tan pronto que era más que obvio que su sed era intensa. Entonces le dijo que si gustaba le podía decir al señor con el que venía que pasaran a tomar agua.

Eran pasadas las cuatro de la tarde y pronto hicieron acto de presencia el señor organillero con su cooperador. Lo que roba mi atención es el pesado cilindro que pusieron con mucho cuidado en el suelo, como si se tratara de una caja de cristal. En la mesa comenzamos a platicar con ellos, cosa que no nos costó nada de trabajo.

Don Emilio, nos responde que su barrio es la Guerrero y se siente orgulloso de su oficio – es que no se crea tocarlo tiene su chiste, no nada más es darle vuelta a la manivela y ya, hay que saberle sentir la música y cada melodía es diferente. Además, a ver cargue casi todo el día este cilindro que traigo, que pesa unos 48 kilos, imagínese. -

Su cooperador Pablo, primero un tanto tímido ya entrado en confianza, nos cuenta que está estudiando el bachillerato y a parte de pagar sus estudios a veces le deja para ayudar también a su familia. – Es un trabajo noble, me permite estar medio tiempo, ya después me releva mi compañera Susana ella esta estudia por las mañas para enfermera, y mientras me voy a la escuela por las tardes. Y en otros trabajos son bien exigentes piden que experiencia y muchos requisitos, que aquí no. -

Mi curiosidad me hace ir más allá y le pregunto a don Emilio que como le hicieron para uniformarse todos los organilleros –Ájale, en esas épocas yo andaba de cooperador mientras mi papá cargaba y “desgranaba” en el organillo. Los policías hacían sus redadas y nos remitían a la delegación, porque no era un oficio acreditado. Nos organizamos todos los que en esa época le dábamos a esto y llegamos a un acuerdo con las autoridades: y si nos bañamos, vamos a peluquería y portamos un uniforme, nos darán permiso. Si pues de eso se trata, nos respondieron, y desde entonces vestimos como los Dorados de Villa, y nadie nos puede levantar en la calle, porque estamos autorizados. –

Y viendo a Pablo nos dice también: la primera recomendación para los jóvenes que llegan a pedir trabajo es: "aquí vas a perder la vergüenza, pero no la honradez", porque "nos costó mucho conquistar el lugar que tenemos".


Ya después que se habían ido, me dice mi tía Silvia, “cuando llegue al DF cada que escuchaba un organillo me entraba mucha nostalgia, ahora es cada vez más raro encontrarse con uno, y cuando los oigo me sigue dando nostalgia pero también alegría porque me hacen revivir muchos recuerdos.-

2 comentarios:

  1. Sin duda hablas de una "institución" que se está perdiendo. Ya prácticamente no quedan aparatos útiles y hasta donde sé, sólo hay una persona que sabe arreglarlos, y ya no es muy joven. Pronto serán un hecho del pasado... México, como cualquier otra ciudad, está siendo absorvida por "el progreso·, "la modernidad" y "las prisas", que no permiten disfrutar los momentos y la calle.
    Omar, sigue contanto tus historias tan llenas de sentimientos amorosos.

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  2. Me gusta como describes algo que existe,está tan cerca de cada uno y a lo que somos ciegos.
    Felicidades por tu blog también, es interesante leer sobre la vida cotidiana de una forma detallada.

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